Durante el siglo XIII, tras el desastre consecutivo de las Cruzadas y un sentimiento generalizado de que Tierra Santa estaba completamente perdida, un niño tuvo una visión, en la que Jesucristo le decía que las anteriores campañas no habían resultado beneficiosas por que todos los que habían participado en ellas eran "sucios y viles pecadores" y que los únicos dignos de recuperar Jerusalén serían aquellos con el alma más pura, más inocente, y por lo tanto, más cercana a Dios: los niños.
De este modo, la única opción posible dentro del raciocinio de este pequeño de diez años fue escribir de su puño y letra unas cartas que entregó al rey francés en las que afirmaba que éste debe dirigir una nueva cruzada para recuperar la Tierra Santa. Ante esta situación, el monarca francés sopesó que las cartas sobre un ejército de niños enfrentándose a una de las mayores potencias militares de la época era un simple acto de burda comedia.
Debido a esto, Jesucristo se le aparece de nuevo al mismo niño, pero con un cambio de estrategia, ahora le encomienda liderar él mismo una cruzada hecha por niños hacia Jerusalén, que caerá en manos cristianas por la pureza de sus almas, sus herejes habitantes serán convertidos a la Fe verdadera ante la bondad de estos infantes y como guinda del pastel también afirma que no deben temer al mar, pues se abrirán las aguas para darles paso, como a Moisés.
Entretanto, otro niño (esta vez alemán) asegura que también ha sido mandado por Jesucristo en la misma empresa y añade un pequeño ejército de niños alemanes al que ya estaba organizando el infante francés.
A todo esto, uno pensaría que como mucho habrían logrado convencer a una veintena de niños como máximo, pero no, pues de 20 000 a 30 000 niños se les unen y marchan hacia Niza, al sur de Francia. En su camino pasan por ciudades y pueblos, y arrasando con la comida que encuentran. Más de la mitad de los niños deserta y los otros mueren de hambre. Llegando finalmente a Niza menos de 2000 niños y 200 adultos.
La Cruzada Infantil, por Gustave DoréPara que se abra el mar, pasan dos semanas rezando desde que sale el sol hasta que se oculta; sin embargo no ocurre nada. Dos mercaderes les ofrecen siete barcos para cruzar el mar hasta Tierra Santa. Los niños suben a bordo de los barcos y zarpan. Sin embargo las calamidades no cesaban, pues en Cerdeña se hunden dos barcos. Los otros cinco llegan a Alejandría, en Egipto, donde los 2000 niños son vendidos como esclavos por los dos mercaderes que les habían prestado los barcos.
Este es el fin de esta pequeña gran historia, que desgraciadamente fue tan trágica como previsible.
Iago Manuel González Morenza.
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