Nos encontramos en julio de 1807, tras el pacto de los Tratados de Tilsit, marcando oficialmente el final de la guerra entre el Imperio francés y la Rusia imperial. Con el fin de celebrar este acontecimiento, Napoleón se propuso una cacería con algunos de sus soldados y hombres de confianza. Siendo un hombre siempre atareado, el militar franco puso a su jefe de gabinete, Alexandre Berthier, a cargo de organizar el evento. Craso error.
El gobernador francés quería una jornada de caza para disfrutar, sin embargo era un tirador muy pobre. Se dice que incluso hasta un príncipe alemán cometió la insolencia de decirle que se le daba mejor acabar con reyes que con venados. Berthier decidió entonces que lo mejor sería una tirada de conejos. Así las posibilidades de que el emperador acertase serían mayores.
Berthier se dispuso a hacerse acopio de conejos para la gran cacería, pero el asunto se le fue de las manos. Las cuentas del episodio estiman que reunió 3.000 conejos (aunque las cifras varían desde los 1500 hasta los 3000, en cualquier caso son muchos conejos). El día de la caza, los hombres de Berthier reunieron a los conejos y colocaron las jaulas a lo largo de los bordes de una explanada. Después de los pertinentes saludos entre los veteranos que engrosaban las filas del Alto Mando Militar, los duros oficiales se colocaron en una línea de fuego a la espera de que se abrieran las jaulas de los conejos.
Una vez abiertas las jaulas salieron centenares de lepóridos, pero en vez de buscar una escapatoria cada uno por su cuenta, como se supone que lo harían este tipo de criaturas de naturaleza miedosa, cargaron en dos grupos compactos contra el centro del semicírculo: el lugar que ocupaba el propio Napoleón.
Fuente: Imagen creada por inteligencia artificial
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